sábado

reseña de Peluquería masculina, de Silvio Mattoni en Revista Poesía Argentina.com


Peluquería masculina, de Silvio Mattoni

Por Fernanda Maciorowski


Silvio Mattoni

Peluquería masculina
Silvio Mattoni

 Ediciones Vox, Bahía Blanca, 2013, 58 páginas.


Al recorrer Peluquería masculina, de Silvio Mattoni, se refuerza en nosotros la idea de la peluquería como confesionario; no en el sentido religioso de la palabra, en donde la confesión terminaría con un perdón absolutorio y la penitencia, sino en un sentido múltiple del que viene a testificar una historia, o muchas, del que se desnuda la boca para decir. Percibimos a la peluquería masculina como un espacio de confidencia pero también de revelación. Decimos a la vez íntimo y universal, ya que se hablará, básicamente, de la vida y de la muerte; de los hijos que juegan ruidosos y de los amigos que ya no están. En el libro se utilizan diversas herramientas de peluquería: no simplemente tijeras y secadores, sino simplicidad y hondura como parte de un servicio estético y anímico.

Que la muerte tiene omnipresencia en los poemas es innegable, como también la tiene en nuestras propias vidas. Nuestros ojos van recorriendo las palabras y los rituales conocidos como explorar las cosas de los muertos, recordarlos, encontrarlos ahí: “vos,/ que revisás las cosas de los muertos/ para seguir tu vida…”. Ese tránsito que llamamos “muerte” emerge en el libro no como una presencia temida sino como una muerte reflexionada, una muerte parte del ciclo vital, casi asimilada, podríamos decir; la encontramos desde la primera página del poemario: la dedicatoria es para un amigo que ya no está, el papel no puede soportar las palabras con peso muerto, las palabras-cadáver.

Mattoni dice una frase absoluta, central en la poética del libro: “Hoy tengo que empezar/ a caminar y a gastar lo gastado”, una especie de “tengo que seguir”: de manera diferente a cómo venía, pero tengo que recomenzar con las presencias y las ausencias. Podemos decir entonces que la muerte es concebida como un pasaje, un transitar. Es un no lugar muy real: se la piensa y se la nombra, se le habla a los que ya partieron: “¿Acaso le hablo a alguien que no está conmigo/ ni siquiera en espíritu?”. El cuerpo presente y el cuerpo ausente de los seres queridos se entrelazan en un tejido complejo y compacto; vemos al poeta retratando a la muerte y a la vida trayendo y llevando cosas: “La vida será entonces una constelación/ de adolescentes bailando sin centro en el patio/ de esta casa…”. A pesar de ella, Silvio sigue escribiendo, hablando de escritura, escribiendo sobre escribir poemas, buscando, en definitiva, viviendo, como en los poemas “Sueños de enfermo” y “La extinción de la literatura”. Además, el pelo sigue creciendo cuando nos morimos, como la escritura fluye aunque el otro no esté (y porque el otro no esté).

Otra herramienta de la peluquería masculina es la contemplación, que, dicho sea de paso, está relacionada con la muerte, con el paso del tiempo, es decir, con una cierta madurez del poeta que discurre en estos asuntos universales, tan humanos. Leemos fuertemente la disyuntiva ciudad/campo en varias de las descripciones de los paisajes y en la admiración de los rituales de la naturaleza, una sabiduría nueva que se va armando al recorrer los poemas de Peluquería. En el delicado poema “En busca de una imagen”, la evocación (mirar con los ojos de la mente) es real como un cuerpo y contemplar es amar. Y en el poema “Pasando la loma”, la explicación del origen surge también de la contemplación.

A partir de la caída del pelo, de la aparición de las canas y hasta de los comentarios de nuestro peluquero, se puede hacer una meditación sobre la fugacidad del tiempo. Con ironía, seriedad, cariño, el poeta (y nuestro pelo) nos recuerda que el hoy es ahora y el tiempo se nos escurre entre las manos: “Escribí ahora no hay que confiar en el futuro./ Mientras hablamos nos hacemos viejos”. ¡Qué golpe! Envejecer, desadueñarse del pelo que es una pérdida evidente, notable, de una manera sarcástica como en el poema “Pelado”, en donde se toma con humor el tema de la pelada pero también el del paso del tiempo, trasfondo de todo. La frase con la que concluye el texto es inquietante: “Bendito el tiempo que para a cada rato”. ¿Para que vivamos, para que podamos sentir? La caída de pelo ¿se detiene un instante en el que reflexionamos o amamos para reanudar su travesía un instante después? ¿El tiempo para a cada rato o el tiempo pasa a cada rato?

Envejecer, la vida como un viaje con principio y final; nuestro tiempo en el mundo puede resumirse en nuestra historia del pelo (cortes, tinturas, alisados, etc.), porque “Rápido pasan las tijeras/ y la tarde se acaba”, dice Silvio en el poema “En la peluquería”. Envejecer-escribir, fluir, madurar: “Ya es momento/ de terminar este poema para que algo/ nuevo pueda empezar. Punto y aparte”.

Una herramienta de la peluquería de Mattoni son los hijos: seres nuevos, pequeñas reproducciones de nosotros mismos, espejos en el que nos miramos… envejecer. Podemos destacar el poema “Una carrera”, absolutamente conmovedor, en donde hijo y padre juegan una carrera de autitos de plástico a pesar del tiempo y a pesar de la muerte: “nunca se llega,/ el padre siempre es algo que va a ser…”, dice. Pero además, los niños son protagonistas de sus propias vidas cambiando las de otros, como en “Madre en el ómnibus” y en “Ventanas”: “Me dicen los poetas, cuando me estoy durmiendo,/ que el hijo debe entregar la muerte al padre/ y escapar de la madre para vivir afuera”. También en “Grande y chico”, donde se nos introduce en los sueños del hijo, lugar íntimo y maravilloso, lugar reservado para unos pocos. O “Galileo da clases”, otra de las piezas en donde los niños son los protagonistas que iluminan todo desde la inocencia, desde el otro lado de la vida, el comienzo.

De vez en cuando nos encontramos con una frase tipo repiqueteo, que nos despierta y nos saca de nuestro letargo habitual. Peluquería masculina es un libro reflexivo, en donde la voz poética nos dice que este instante ya pasó, no como una alerta sino como un sencillo comentario. La voz poética irradia una cercanía en la forma de decir pero un lazo potente en lo que dice. No olvidar: el tiempo pasa y este instante ya se transitó. Nosotros somos los vivos. Punto y aparte.


Poemas de Peluquería masculina



Envío

¿Acaso le hablo a alguien que no está conmigo
ni siquiera en espíritu? Ya sé que para vos
no existe nada que no sea materia, pero
las palabras duplican hasta la ilusión
del simple vidrio de algún espejo. ¿A quién
podría apostrofar con un aire de prosa
y la propiedad del nombre? Acá está el mío
y otro que se aleja más y más, que irradia
una luz muy lejana, aunque sigue brillando
y vuelve a repetirse como el ritmo
de sílabas y acentos, como si puntuase
el espacio infinito a manera de círculo
verificable en una sola frase. Y ahí estás,
consumido y a solas bajo tu lámpara fría
que casi no precisa energías renovables
para alumbrar tu libro recién encontrado,
donde leés columnas de palabras
demasiado regulares para no ser siempre nuevas
y decir la insignificancia de lo mismo: vos,
que revisás las cosas de los muertos
para seguir tu vida, no te olvidés
de mandarme noticias, chispazos de un futuro
inaccesible, porque se hace difícil
mantener la vigilia, prestar la máxima atención
a las voces, al sol y a los chicos que nacen
en este antiguo minuto de felicidad
o ilusorio desahogo que me da haberte escrito.


Una carrera

Cuando entro a la carrera con un auto
de plástico celeste, me repite: “¡Amigo,
cuidado, amigo!” Y quiero entusiasmarme
en las vueltas sin fin que habrá que dar
por la orilla del sillón. Sin dudas que
jugar le hace bien, no es un capricho como
los que opone a la comida, al baño y a los cambios
de ropa. No me abandona la ambigua
melancolía de no saber si decirle que sí
a todo, y arruinar su carácter, o gritarle
para que me obedezca. ¿A qué ley
deberíamos acostumbrarnos? Apenas paso
con mi descuidado bólido celeste
sus dos manitos que llevan uno blanco
y otro bordó, él me avisa: “¡Está rojo,
amigo!” El sí y el no que no dependen
más que del momento, las horas del día
estiran mi capacidad de decisión
hasta perder cualquier frase verdadera.
El reto o el silencio se repiten sin límites.
Tiene razón Michaux, nunca se llega,
el padre siempre es algo que va a ser.
¿Pero cómo se vive la tendencia,
lo inacabado con algo de alegría?
Ningún acto maniático o poema
podrá ser tan jovial y afirmativo,
perfecto como un niño, tan dotado
para el refinamiento extremo del amor
y del pedido irrealizable. ¿Es infinito
el espacio afectivo? ¡Como si el infinito
pudiera dividirse o calibrarse!
Pero él quiere, insiste, opone, ahora percibe
el límite, ahí puede conocerme. Lástima
que yo no pueda verlo, reírme de mi estúpida
limitación y no salir de mí con algún gesto
brusco y hosco. Y si dijera: “Amigo,
pensar es limitarse y no estoy hecho
para tanto”. Al menos podría seguir
jugando a los autitos, esperar que el sentido
se limitara solo, irreflexivamente,
a la hora de escribir. Aunque mi educación
de padre no se escriba, y deba hacerse,
¿sabré escucharte, hijito, maestro
de la sociabilidad más absoluta
y absorbente? “La última vuelta, amigo,
y vamos al jardín que se hace tarde.”


Madre en el ómnibus

Querés besar al nene que no quiere,
le gusta ver la vida de allá afuera
desde la ventanilla alta. Entonces
te desilusiona un poco su distancia
que anuncia quizás otras, mayores. Dicen
que el deseo se aleja de la madre
siempre y cada vez más. Trasposiciones
de un plano a otro hasta el límite mismo
de la obsesión abstracta. Sin embargo,
no te apresa la angustia de los celos
aunque su vista a lo lejos y el apartamiento
brusco e involuntario de una mejilla apenas
de tres años ya se parezcan bastante
al ajetreo de los hombres cautivados
por la vida allá afuera. ¿Qué buscabas
vos en el beso? Nada más que eso:
la rima porque sí, música vana
del sentimiento que se refracta y sigue
adelante, sin frenarse. Pero el nene
ya quisiera adueñarse de las cosas:
las mujeres, los niños y los autos.


Burbujas

En una clásica aventura siempre
se interponen el hambre, las montañas,
un desierto, un incendio, lava hirviendo
bajo un volcán al que se llega apenas
con fuerzas para leer las inscripciones
arcaicas y romper el mensaje que tanto
costó llevar, y por arte de magia
se retorna de golpe al cuarto propio
y al descanso en la cama cotidiana.
El héroe es casi un niño, va guiado
por un haz luminoso en su capricho
de triunfar a toda costa. Después
de una mediana edad, ya no es posible
salir del doble vínculo de un destino
aceptado con resignación o del fracaso
previsto a pesar de los entusiasmos
que se repiten. Nadie sueña con lava
en el fin del mundo para derretir
la cadena de un mal encomendada
por la comunidad de los amigos,
y tiene que volver a la tenacidad
pueril el que se alienta mentalmente:
“¡Vamos, podés hacerlo, poné todo!”
No voy, no puedo ni pongo siquiera
la mínima conciencia de torcer
el brazo maligno que me tiraría
en un sillón o frente a una pantalla.
¿Habrá que aceptar el peso que me doy
o escribir más liviano que una pluma
con burbujas de tinta? Un heroísmo
nuevo, sin meta, hecho de olvido y sobrio.



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